martes, 5 de junio de 2012

Los Shinigami y el culto a la muerte



Un shinigami (死神, Dios de la muerte?) es una personificación de la muerte en la mitología japonesa. Según la mitología, su función es velar y decidir quien muere y cómo, a veces hasta alimentándose de las almas humanas. Existe un gran misticismo alrededor de esta figura, ya que no se puede delimitar si es buena o mala, aunque -en las narraciones- muchas veces sus decisiones parecen cruentas y horribles. Pero a pesar de que las distintas religiones que les han dando un carácter demoníaco, su carácter es más neutral. Pertenecen a la casta baja de los dioses. Hay relatos que cuentan que estos dioses ayudaron a los humanos a cumplir ciertas tareas, y se dice que los shinigamis custodian la entrada a los dos Mundos en un plano que se podría denominar el Ethero. El personaje occidental de La Muerte es un equivalente de los shinigamis.


Culto a la muerte





Los cementerios estan  siempre ajardinados y  cercanos a las zonas habitadas. Los vivos, en busca de protección, visitan a sus difuntos regularmente para rendirles tributo con rezos y ofrendas, especialmente ante un viaje o cualquier gran acontecimiento.

Los ritos funerarios tienen una gran importancia para los sintoístas. Una vez colocado el cadáver en el ataúd, que ha de ser preferentemente de madera blanca, los allegados colocan en él los objetos que el difunto usaba en vida: un abanico, un sable, un espejo… Y frente a la caja una copa con ofrendas, agua, arroz y sal.

Para conducir el alma del difunto, o Mitama, al Tamashiro, un sacerdote sintoísta recita una plegaria frente al Mitayama. Sus puertas deben abrirse para que el alma del difunto pueda entrar y ocupar su puesto en el templo en miniatura y así comunicar parte de su presencia al Tamashiro.

Llegado este punto, el alma es agasajada con ofrendas de arroz, flores, licor de arroz, ramas de pino atadas con cintas blancas, frutos y lamparillas de aceite. Así el Mitama se une en el Mitayama a la tablilla o Tamashiro de los antepasados y ya puede ser adorado por sus descendientes: se ha convertido en un Kami.








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